viernes, 12 de junio de 2009

Bully

(Música> Concierto de Brandenburgo N° 2 en Fa mayor- Juan Sebastián Bach)

En mis años de primaria fui un niño relativamente querido por mis demás compañeros. Era yo el típico niño gordito simpático y bonachón, todos me llamaban ‘Oso’ y por mi parte yo trataba de no tomarme nada en serio.

Entrada la secundaria, los instintos territoriales y de jerarquización empiezan a gestarse en los pre-pubescentes y en muchos despierta la necesidad de sobresalir sometiendo a los más débiles mediante burlas, asignación de apodos humillantes y leves agresiones físicas (justo como un animal que suelta un pequeño mordisco o gruñe a sus semejantes sólo para dejar en claro quién manda) Aunque en la primaria había estado relativamente tranquilo, en realidad tenía mucha tensión y frustración acumuladas (no por ser el típico niño gordito y ser simpático a los demás, sino porque en mí despertó desde muy pequeño la necesidad de atención por parte de las niñas… cosa que no obtuve hasta mucho tiempo después) Fue por eso que ya en la secundaria tenía yo sentadas las bases de lo que se denomina ‘un niño huraño y poco sociable’.

En mi primer día de secundaria experimenté este proceso de jerarquización que antes mencioné: Al terminar la clase de deportes y ponerme mi uniforme normal otra vez, olvidé subirme el zipper del pantalón. Aunado a esto, yo ya tenía desde entonces (desilusionado de las niñas) el mal hábito de no peinarme nunca, de tal modo que un compañerito quiso hacerse notar de inmediato siendo el primero en apodar a otro niño, y me vino a apodar ‘borracho’.

Durante un par de días tuve que soportarlo parándose frente a mi banca a preguntarme cómo estuvo la parranda anoche, que si me había vomitado u orinado y cosas por el estilo. Yo permanecía en silencio y evitaba su mirada, mientras mi irritación y deseos de venganza clamaban por su sangre. Ya en el tercer día, se paró frente a mi banca como los días anteriores. Dijo ‘Buenas, borracho’ y lo siguiente que recuerdo es que su cara estaba incrustada en mi pupitre, mis dedos crispados estaban trenzados a su cabello y el tipo sollozaba mientras su nariz sangraba profusamente. Esto debió impresionar bastante a los compañeritos de mi salón, porque nadie de mi clase volvió a meterse conmigo. No así los machos alpha de las demás clases, que al enterarse de lo sucedido, comenzaron una lucha de poder. A mí todo aquello de las jerarquías me importaba un pepino y de hecho no fui muy consciente de que era una lucha de poder hasta que años después lo analicé detenidamente. En fin, el caso es que todo el año escolar me la viví defendiéndome de los cabecillas de otras clases, la mayoría de las veces con poco éxito. Todo esto desembocó en mi expulsión de la escuela.

Hoy por la mañana miraba en las noticias un reportaje sobre el llamado bullyng y quedé muy impresionado con lo que se contaba ahí. Aunque no me enteré de nada nuevo, porque debido a mi carácter retraído y callado siempre fui blanco de ataques. Aunque luego de que entrara en una nueva secundaria, me esforcé por mantener perfil bajo y soportar estoicamente los ataques de los abusivos, al entrar a la preparatoria el episodio de mi primer día de secundaria se repitió de manera idéntica: unos sujetos sentados al fondo del salón empezaron a tirarme bolitas de papel y a gritarme apodos. Nuevamente, y con más ira y resentimiento acumulados, me levanté de mi lugar y les repartí puñetazos y patadas a los tres. Y nadie se volvió a meter conmigo (al menos no en el contexto del bullyng) sobre todo por el inestimable poder de los chismes (con el tiempo, y sin ser en realidad un buen peleador ni haber tenido muchas peleas, se rumoraba que había repartido leña a cinco pandilleros, que había roto el brazo de Fulano y muchas leyendas por el estilo)

Todo esto refuerza un poco más mi idea de que, esencialmente, seguimos siendo tan animales como cuando hace millones de años comíamos carne cruda y vivíamos en cuevas. Los rituales sociales de convivencia, sobrevivencia y apareamiento son casi iguales. Sólo hay algo que nos hace un tanto diferentes de los demás animales (en esta onda de los instintos): el placer por la venganza; es decir, los animales hacen ataques punitivos, pero los humanos son los únicos que toman venganza con premeditación y además obtienen placer de ello…

Ahora que lo pienso, los dos episodios de venganzas que tomé, no tuvieron premeditación y más que producirme placer, me hicieron sentir confundido y sorprendido…

Pero ellos supieron que yo soy el Señor cuando desaté mi venganza contra ellos.

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